Frío en la casa, amistades muertas en el jardín

Con estos días de frío interminable, la soledad me ataca una y otra vez. Pero esta vez es distinto. Ahora tengo armas, me conozco, conozco las debilidades que me hacen caer en sus trampas. No me dejo. Pataleo, jalo y corro. Las cosas con medida son el secreto. No demasiado tiempo encerrado, no demasiada miel, no demasiada tristeza, no demasiada lejanía. Mantener todo en su lugar cuesta pero se puede con un reojo a todo lo que hago.

Es difícil reconocer todo lo que está a nuestro alrededor y pese a que nos equivocamos una y otra vez, creo que llega el punto en que dejamos de equivocarnos y sabemos reconocer el camino a la perdición. Ya no me desintereso en cosas importantes; la responsabilidad es una capa que me cuelgo cada mañana y me ayuda a hacer todo lo que necesito.

Aún, en este punto, tengo ambiciones de lograr cosas y de hacer lo que me gusta. No me imagino estancado sin saber el rumbo, aunque lo estuve hace unos meses...
Muchos años hable de sacrificar todo por amor y, eventualmente, lo hice. No esperaba el momento, ni la rapidez pero es mejor hacerlo con el menor dolor posible.

Ese dolor que surgió fue por dejar de prestar atención a los detalles, por dejar de cultivar esas amistades que me brindaron tanto. Esas amistades que sin querer lastime y que deje ir. Espero enmendarlo, espero me perdonen, espero dejar de arrepentirme.

Todo en la vida es como un jardín, si no lo cultivas propiamente termina por no florecer o por morir.
Es la lección más grande que aprendí estos meses. Ser para mí pero también para los demás y ayudar y florecer o morir en el invierno.


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