El Impostor

Ayer vi a un hombre que no reconocí.
Era un hombre que bajo el mismo gesto familiar
traía debajo un aura diferente, triste, desolada, pérdida.
Él, cómo otras veces me dijo palabras de aliento,
de cariño y me abrazó.

Yo al verlo a los ojos, recordé mi niñez;

recordé los juegos con almohadas,
las desmañadas por la escuela,
la canasta improvisada de basquet en el patio
y los innumerables balones de fútbol ponchados.

También me acordé de cuando se fue de la casa,

de cuando nos mudamos por enésima vez y él no se apareció,
de cuando en los domingos de padres divorciados
nos llevaba al cine y se dormía,
y le regalaba a mi hermana peluches,
y a mi madre vestidos y a mi billetes.

Después de tantos años,

jamás pensé que lo vería a la cara y 
me quedaría pensando si era la misma persona
que me decía que todo iba a estar bien
en los tiempos de vacas flacas.

Este extraño,
igual de extraño que mi reacción, 
es el mismo que regresó y se disculpó,
el que volvió e iluminó la casa y la sonrisa de mi madre,
el que me regaló risas y una infancia,
el que sufrió por perder su trabajo,
el que sufrió por perder su salud,
el que perdió también su cabello, 
su identidad y hasta uno que otro diente.

Él, 

es al que abracé de regreso,
diciéndole al oído:
'¡Qué gusto de verte, Papá!'.

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