El Jardín

Desperté caminando cargando una carretilla llena de piedras en un día soleado de Abril, tú ya llevabas tiempo trabajando y yo, como siempre, me tarde por ponerme bloqueador y por mi necedad de cambiarme los calcetines 3 veces al día. Tu mamá cocinaba con gusto y con dolor de su rodilla izquierda, recelando el poder cargar costales y bailar la vida misma. Tu papá me ofrecía cerveza, le acepte aún sabiendo que aún no había sudado ni una gota y que apenas se asoleaba mi cabello enmarañado de la almohada.

Trabajamos todo el día arreglando el jardín que soñaste, el que te haría amar más la casa en la que vivimos, el que te haría acoger todo lo que vivimos. Esquivamos piedras y raíces duras de los inviernos pasados, las mismas que nacieron de las manos pasadas a nosotros, las que enterraron basura y las que convirtieron un perfecto campo de lirios en un perfecto desierto. Tapamos los desperfectos con telas oscuras y tierra nueva como queriendo olvidarlos, como queriendo crear una mentira, todo mientras atrapábamos tigres de Bengala disfrazados de ojos tiernos y ronroneos maltratados.

En un parpadeo y muchas vueltas se nos acabaron la luz y las energías. Todos decidimos  irnos adentro con un trabajo a la mitad, con un dolor de espalda y varias llagas en las manos. Tus hermanos, exhaustos, veían la televisión mientras que tu enjuagabas tu sudor y tus expectativas para el siguiente día. Apagamos las luces y nos acostamos después del vapor de la regadera, me abrazaste con un beso como todas las noches, y yo me dormí, ilusionado y cansado, aferrándome a ti y aferrándome a tu recuerdo.

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